CRÓNICA DE UN PUEBLO SOÑADO
- Valentina Bastidas, María Padilla
- 10 mar 2018
- 4 Min. de lectura

Fotografía tomada de códigoprensa.com
Faltaba un cuarto para las ocho y el sol no perdonaba a ningún individuo que anduviera por los diversos rincones de Aracataca. Por si fuera poco, este no discriminaba al visitante que por casualidades de la vida o por su voluntad había terminado conociendo y dejándose deleitar por la belleza del municipio magdalenense. En la mañana del ocho de agosto ya no habría que concebir al periodismo desde las cuatro paredes del aula, ni mucho menos frente al computador de casa, ahora era un quehacer de acción participante, una anécdota por evidenciar y contar.
Solos, cada quien por su lado, dispuestos a conocer por autonomía e interés cualquier camino desde el Parque Central en la búsqueda de narrativas, hechos, de nuevos personajes y de Gabo. No habría nada mejor que recorrer y observar las dinámicas sociales de Aracataca sobre dos ruedas, así que para ello, surgió la idea de pedir prestadas unas bicicletas color naranja que la Alcaldía facilitaba y movilizarse mediante ellas entre un punto y otro. Esta inventiva de aprovechar el vehículo permitió visitar los diferentes sitios turísticos que han quedado acogidos de este modo gracias al célebre escritor como la Casa Museo de Gabriel García Márquez, la Casa del Telegrafista, entre otros. Sin embargo, en lo que transcurrieron las horas, fue posible darse cuenta que la cultura del lugar ha estado marcada por muchos más personajes que si bien no lograron la fama del Premio Nobel de Literatura, se han ganado un espacio en la memoria de sus habitantes.
La gente conoce a su gente, hay para todas las profesiones, el médico y cuatro veces alcalde del pueblo, Fossy Marco María, se caracterizó por ser el primer alcalde del municipio y querido por muchos. En cuanto a la actividad económica todos saben que los ‘Hermanos Vichara’ dominaban el comercio en Aracataca y que de la gran familia libanesa solo queda el turco ‘Lucho Vichara’. Un exministro de Gobierno durante la administración de Carlos Lleras Restrepo, secretario jurídico de la presidencia de Misael Pastrana y egresado de la Universidad Nacional. Jacobo Pérez Escobar, quien destacó a un nivel nacional al escribir ‘Derecho Constitucional colombiano’ , ‘El negro Robles y su época’, etc, es también oriundo de esta zona.
Por su parte, Arcangel Castillo, de setenta y cuatro años, habitante cataquero desde la cuna, se sienta con sus amigos de infancia en las cómodas bancas de concreto del parque a recordar el legado imborrable que dejan estos ilustres, narrando una y otra vez la ocasión en que vio a ‘Gabo’. En su emotivo discurso exalta también otros nombres que son reconocidos por la mayoría del vecindario como el sacerdote José del Carmen Sánchez que por más de treinta años estuvo a cargo de la fe del pueblo, o artistas como Luis Agamez y Dídimo Canojas Ospino, mujeres en la educación como Cleotilde Sánchez y Elvia Vizcaíno. A menudo, se escucha el nombre del fotógrafo y caricaturista internacional Leo Matiz y en la crítica literaria al periodista Márceles Daconte.
En este acogedor y pequeño territorio nacen tantos relatos de material cultural, social e histórico, pero en especial literario. Solo con leer ‘Cien años de Soledad’, se evoca a través de las palabras el imaginario colectivo que se describe y sin viajar al municipio, el escritor lleva las cualidades de este hacia el pensamiento del lector. Cuando se lee a Gabriel García Márquez desde ‘La Mala hora’, ‘El Coronel no tiene quien le escriba’ o cualquier otra obra, el lector necesita ambientar en su cabeza el pueblo cuyas casas se encuentran puerta con puerta, en donde los vecinos se sientan en sus terrazas la mayor parte de la jornada, mientras que algunos ancianos viven y cuentan sus anécdotas bajo la sombra que proporcionan los frondosos árboles que rodean la Iglesia de San José.
Es así como todos se conocen al verse diariamente, porque aquí la gente nunca tiene pena por saber de la familia del vecino y preguntar por la vida del otro, ya todos parecen viejos amigos compartiendo por años las mismas preocupaciones y las mismas historias. ¿Qué cataquero no sabría del señor Nelson Noche? Que permanece todo el día en su mecedora viendo la parsimoniosa calle, cuenta haber sido amigo fiel del novelista y compartir parrandas, orgulloso por tener en la sala, encima del televisor una foto de ambos tomada ciertos años atrás. El mismo hombre que a sus ochenta y tres se queja solo de una situación que causa constantes molestias para él y los demás residentes: “los servicios públicos como la luz y el agua son malos, el gas es el único que trabaja bien”. Hecho que ha generado diversidad de peleas o disputas.
Si se lee, por ejemplo ‘La Mala hora’ (tercera novela del autor) los pasquines son el busilis en el que estriban las riñas y los chismorreos de los vecinos, situación que ocurre convencionalmente cuando entre todos saben la vida y secretos de las familias del pueblo. Ahora, las preocupaciones cambian pero los pleitos van y vienen. Afirma el señor Ancizar Vergara director de la biblioteca ‘Rebeca La Bella’, que ya no se discute por pasquines sino por los nefastos servicios públicos, y señala que “hace poco hubo una pelea por eso” y mientras comenta, aparece en su rostro una sonrisa a medias. Se muestra como una persona que ha leído muchos libros del realismo mágico y alardea de tener en su escritorio ‘Cien años de Soledad’ escrita en mandarín y autografiada por García Márquez, asegura que muy pocos son los que llegan al lugar a buscar un libro: “ojalá los jóvenes se interesaran más por utilizar estos recursos”.
Luego de haber escuchado a estas tres personas en este día, Castillo, Noche y Vergara, el tiempo se hizo cada vez más corto, el sol más ardiente y rápido, llegó la hora de regreso. De este modo, se dio a entender que no fue suficiente conocer en bicicleta las narraciones más recónditas del lugar y que una mañana no bastaba para encontrar alguna Úrsula, algún Melquíades, un Florentino Ariza, un Santiago Nassar o algún Coronel esperando su pensión.
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